Fuente: Patricia Abet // 16 de marzo del 2022
«Vamos a Ucrania a hacer lo que sabemos hacer». Con esta contundencia habla uno de los exmilitares españoles que estos días se preparan para viajar al frente y plantar cara a la invasión rusa. Su exiguo petate es un buen ejemplo de que sabe lo que se hace. Ropa térmica y ligera, gorro polar, botas militares, chapas metálicas con nombre y grupo sanguíneo, gafas de sol polarizadas, un teléfono móvil básico –nada de última generación por los problemas que dan– documentación en regla y una bandera de España. Es la misma maleta con la que un par de voluntarios procedentes de la Península llegaron la pasada semana a Ucrania con un objetivo claro: poner su formación al servicio de David en una guerra en la que Goliat «ha cruzado todas las líneas rojas, empezando por los niños».
El ordenamiento jurídico de nuestro país permite –como apuntó la ministra de Justicia, Pilar Llop, hace tan solo unos días– que voluntarios españoles se alisten en el ejército ucraniano. Para otros países como Estados Unidos o Gran Bretaña se trata de una práctica ilegal que podría acarrear hasta tres años de prisión, pero en casos como el español o el alemán no está prohibido. Desde el inicio de la invasión, unos 20.000 voluntarios de medio centenar de países se han movilizado para engrosar las filas ucranianas. Todos ellos van a parar a las denominadas unidades o legiones internacionales, en las que el inglés es la lengua franca. Suecia, Lituania, México, Estados Unidos, Inglaterra o la India son algunas de las nacionalidades más frecuentes. En el caso de los españoles, el grupo va creciendo poco a poco a medida que los interesados consiguen penetrar por la frontera polaca y adentrarse en el país. «Está subiendo gente», confirman.
Para hacerlo, explican quienes están a punto de emprender este viaje, hay dos vías. La primera es acudir a la embajada de Ucrania en Madrid y presentar una solicitud de alistamiento voluntario, para la que ya existe una dirección de correo electrónico específica. También se puede interponer en el consulado de Barcelona o Málaga, aunque según los testimonios recabados por ABC estas vías «están un poco saturadas y llega un momento en el que te contestan con correos automáticos que lo ralentizan todo». Así que cada día son más los voluntarios que optan por tomar un camino alternativo, costeándose el viaje en coche particular, lo que supone unas cuarenta horas seguidas de conducción. «Ya se han ido varios, hace unos días, y hay más salidas organizadas, desde aquí por ejemplo hay una el día 26». indica un exmilitar gallego que, ante lo arriesgado del plan, se apresura en aclarar que «no estamos locos, yo lo llevo pensando desde el día dos del combate, porque esto hay que pararlo».
«Un golpe en la mesa»
Las motivaciones para luchar en una guerra que no es la tuya están a la altura de la gravedad del conflicto. «Hay que dar un golpe en la mesa. No podemos permitir que en pleno 2022 Rusia invada un país a la puertas de Europa y no hacer nada. Porque esto no se va a acabar en Ucrania, Putin no se va a conformar con esto, eso tenemos que tenerlo claro». Sus palabras empatan con una de consignas que los españoles que ya están sobre el terreno tienen clara: «Esta guerra no es antirrusos, es antiPutin».
En el caso de una exmilitar coruñesa que planea irse en breve a la zona cero del conflicto la mueven las imágenes que están llegando de los ataques contra civiles. «Me parte el alma ver a esos niños muertos en las calles, tenemos corazón y vamos a ayudar desde primera línea». Su formación la convierte en un valioso activo, porque está cualificada para impartir entrenamiento militar. «Daré un paso al frente si es necesario enseñar a alguien lo que es una granada o cómo funciona un arma, pero no solo se trata de eso. Hablamos de la importancia de conocer un protocolo militar, de saber moverse en escalón o en hilera, por ejemplo, para no caer a la primera de cambio», expone mientras apura los trámites para iniciar el viaje cuanto antes.
El anuncio lanzado por Putin advirtiendo que si captura soldados extranjeros sería todavía más duro con ellos que con los propios ucranianos no hace mella en la fortaleza mental de los profesionales que están a punto de alistarse en el bando que tiene las de perder. «Sabemos a lo que nos exponemos, lo tenemos claro y ese tipo de advertencias no las tenemos en cuenta», sostienen.
Una vez llegan a Ucrania, lo primero que hacen en las milicias internacionales es dotar a los nuevos soldados de armamento ligero –básicamente AK-47– y uniformes mimetizados. También de protecciones corporales. No hay un entrenamiento como tal porque se elige a gente con tablas, aquellos que saben «cómo funciona un arma, cómo ponerse un chaleco o cómo esconderse». «No hay mucho tiempo ahora mismo para formar a gente en el país», subrayan como aviso a navegantes ante la cantidad de españoles sin preparación alguna en el campo de batalla que se han prestado voluntarios. «Ahí no se va a andar pegando tiros, pero tampoco a levantar ruedas ni a hacer pesas», anuncian a quienes reconocen que van con buena forma física, pero sin destrezas. «A lo que vas es a hacer una guerra de guerrillas, a frenar el avance de los rusos en la medida de lo posible, a plantar cara. Lo importante es que vayan lentos, que se desgasten», reflexionan sobre una odiosa invasión que ya se ha cobrado la vida de 636 civiles en Ucrania, según los datos que maneja la ONU. Casi un centenar de ellos eran niños.
Testamento al día
Aunque las últimas informaciones del Gobierno español solo localizaban a dos soldados voluntarios en el frente ucraniano, a estas alturas «sabemos que son bastante más», aseguran sus contactos desde España. «Algunos de ellos ya estuvieron en Siria y en Afganistán, y también hay ya algún paramédico. Además han localizado a traductores que les ayudan a integrarse, porque el lenguaje no deja de ser una barrera. Al llegar te hacen una pequeña adaptación con un vocabulario básico de ucraniano y de ruso, pero eso no es suficiente».
En las imágenes que se intercambian en los grupos de Telegram los más veteranos se tapan la cara y todos usan un alias. Pero el miedo no se cuela en las conversaciones de quienes planean irse ni en los comentarios de los que ya están allí –llevan sin comunicarse desde el pasado jueves– pese a que la mayoría tiene el testamento actualizado por lo que pueda pasar. «Quienes van están curados de espanto y saben lo que hay. Para muchos no es la primera guerra y esto es como todo, te puede pasar algo en cualquier sitio, pero no sientes miedo. Sabes que no vas a dormir en una cama, que vas a hacer patrullas nocturnas y a fijar objetivos. Es para lo que nos han entrenado», resumen con una practicidad pasmosa que solo su vocación puede explicar.